martes, 3 de mayo de 2011

ATMÓSFERA


La  luna, que asomaba entre la neblina aquella noche, estaba a un punto de volverse nueva, las estrellas se habían olvidado de brillar haciendo la oscuridad casi absoluta y opresora. En el jardín raspaba al aire un grillo que no obtenía respuesta y en el tejado se escuchaban arrastres de piezas rotas, como si empujaran ladrillos y rodaran guijarros; un goteo se alcanzaba a percibir entre el muro de piedras y el ciprés moribundo, podría jurar que sentí presencias que al pasar enfriaban el aire.

A pesar de que la casa dormía y el jardín era sombrío, simulando valor crucé terrazas, patios y corredores hasta llegar a la cocina. Tenía varios meses visitando semanalmente  aquella hacienda y aprendería a vivir con sus sombras o me resignaría a no volver. Moví el interruptor para  iluminar la estufa pero sólo respondieron las aspas que pretendían inútilmente sacar el viciado aire.

En lo que hervía el agua, volteé hacia el comedor y la sala… vi que un afilado fuego de encendió sobre la mesa, en donde está un capelo de cristal facetado que tiene una figura de un santo adentro. Pensé -son el reflejo de los faros de un coche que pasa a deshora por la calle frente a la reja… ¿la reja? ¡Pero si no hay! el viejo muro es de  adobes y piedras ¿cómo podría pasar la luz?
           
Fue esa noche que vi por vez primera un fuego fatuo…

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