jueves, 30 de diciembre de 2010

EN EL BORDE



Se sabía al borde de la locura
si fallaba el control 
vendría una disolución total

Su cuerpo en asedio
se desgarraba
gritaba 
destruía

Más temprano que tarde 
volvería la paz
no la real pero algo parecido
y con ella el arrepentimiento

Quiere salir de esta  vida  en escarpe
cansada de un pasado que no pasa
de un futuro que no promete 
de un presente que se va

 

2006

Tres Sonetos votivos de Tomás Segovia

Tres sonetos votivos

I
Si te busco y te sueño y te persigo,
y deseo tu cuerpo de tal suerte
que tan sólo aborrezco ya la muerte
porque no me podré acostar contigo;
si tantos sueños lúbricos abrigo;
si ardiente, y sin pudor, y en celo, y fuerte
te quiero ver, dejándome morderte
el pecho, el muslo, el sensitivo ombligo;
si quiero que conmigo, enloquecida,
goces tanto que estés avergonzada,
no es sólo por codicia de tus prendas:
es para que conmigo, en esta vida,
compartas la impureza, y que manchada,
pero conmovedora, al fin me entiendas
II
¿Qué sabes tú, qué sabes tú apartada
injustamente en tu cruel pureza;
tú sin vicio, sin culpa, sin bajeza,
y sólo yo lascivo y sin coartada?
Rompe ya esa inocencia enmascarada,
no dejes que en mí solo el mal escueza;
que responda a la vez de mi flaqueza
y de que tú seas hembra y encarnada;
que tengas tetas para ser mordidas,
lengua que dar y nalgas para asidas
y un sexo que violar entre las piernas.
No hay más minas del Bien que las cavernas
del Mal profundas; y comprende, amada,
que o te acuestas conmigo o no eres nada.
V
Toda una noche para mí tenerte
sumisa a mi violencia y mi ternura;
toda una larga noche sin premura,
sin nada que nos turbe o nos alerte.
Para vencerte y vencerte y vencerte,
y para entrar a saco sin mesura
en los tesoros de tu carne pura,
hasta dejártela feliz e inerte.
Y al fin mirar con límpida mirada
tu cuerpo altivo junto a mí dormido
de grandes rosas malvas florecido,
y tu sonrisa dulce y fatigada,
cuando ya mis caricias no te quemen,
mujer ahíta de placer y semen.

TOMÁS SEGOVIA

martes, 7 de diciembre de 2010

TARDE DE ESPERA, CAFE Y LIBROS.

  ...el café sabe a hierba....picante, recién cortada.La tarde de verano, no quiere morir.     La luna, la que de niña creí que salía sólo de noche, está en creciente y son las seis. ¿Qué le pasa al mundo que parece del revés? Hay tres personas en el café esta tarde: un hombre que no sé si espera  o sólo encontró este rincón agradable sin nada que esperar; y una pareja ¿amigos o novios? Juntas sus cabezas leen un libro que imagino de amor, ¡no! ...ahora veo el título, se titula "Hitler" quizá es una tarea escolar y el horror se convertirá en una ficha bibliográfica.             En fin son las seis, la tarde alunada huele a café, a tarea escolar y a esperanza.   Como siempre no pertenezco a nada ni a nadie, excepto a mí.             Sola como tantas veces…. Hago tiempo y me vivo en la espera que me permite comprobar qué cierta es la relatividad del tiempo: todo está en ralentí, la luna, la tarde, el mundo…hasta la melodía en el altavoz suena con un ritmo diferente,...a ralentí.  También las emociones se aletargan en esta tarde sin fin y las sombras se alargan, a diferencia de este octubre que avanza irrevocable.

...ME CUIDABA UN LEÓN

   

 

                                                                  Para Paulina, ella sabe por qué…

Hace años sufrí del amor un desengaño y, por demasiado tiempo, me sumergí en sucesivos escenarios de ira, deseos de morir, inconsciencia y dolor. El hombre que amaba me desgarró la vida y como venganza me condené  a la soledad.
Finalmente anhelé que esto terminara y, harta de dañarme, desperté un día decidida a descorrer  el velo que me impedía vivir. 
 Primero ensayé, con muecas, a remedar la risa y luego aprendí con franqueza sonreír.  Puede ver lo verde que eran los árboles, que la mañana era una promesa -como siempre- y las noches fiesta y descanso como es obvio, pero hasta ese día lo supe. Por eso me animé a aceptar tu cita e ir a conocerte bajo el  “Arco de la calzada"  de León.
Te esperé una hora bajo las letras plateadas de uno de los pilares mientras me aturdía un tráfico indiferente y a mi lado pasaban unas niñas con uniformes abrillantados por el uso;  luego vi a un joven de cabeza a rape con un tatuaje en el brazo que no pude descifrar; en la esquina un anciano tocaba el organillo, en tanto un hombre en  una banca fumaba  un puro corriente, que con su olor, enervaba la tarde.
Pasaron dos horas y te seguía esperando, pero ahora en la banqueta de enfrente, recargada en una reja que en otro tiempo fue roja. No sé por qué su desvaído color provocó en mí un sentimiento de gran desolación, tanto que temblé de cuerpo entero con los ojos cerrados y, por un instante, me arrepentí de estar ahí.
Perseveré en aguardarte pero después de tres horas pensé que nunca llegarías, aunque anocheciera y volviera a amanecer.  Los pájaros de la calzada iniciaron el ritual del sueño, la luz dorada de la tarde encendió las apagadas de neón, sopló una brisa que pastoreaba hojas y papeles mientras una música alegre se oyó en un callejón.
Fue entonces que vi a aquel hombre recargado en el muro de Arcadia, abrazaba un portafolios y algo parecía esperar, en su cara se barruntaban nubes de exilio y  vio, sin ver realmente, un mapa de las rutas del camión.
Salió la luna y arreció el viento de Enero, la gente ya no caminaba, corría; yo cansada de tu demora sólo quería dormir. Pero quise creerte y para dar tiempo al tiempo fui  a comprar un café que bebí con deliberada mesura para justificar una prórroga en la espera de ti.

Regresé a la que ya era mi ventana con su reja: mi rincón. Entonces  de una casa salió una anciana que me ofreció una silla y pude descansar. Arriba del Arco, el León enseñoreaba vigilando su ciudad, llegó la noche y en lo oscuro cintilaban las estrellas mientras la luna menguaba sin cesar.
Terminando mi café el  hombre de Arcadia dejando su muro caminó hacia mí, con un simulacro de sonrisa me preguntó por la terminal de  los camiones, como entendí que era una pregunta sin sentido sólo le respondí  por platicar.
A esas horas ya éramos dos parados en la espera: le pregunté la hora y me señaló a un pájaro dormido; le ofrecí mi silla  pero no la aceptó; le pregunté su oficio…me platicó su vida; él por el mío...¿que podría contestar?
        Si acaso en ese lapso llegaste o no lo hiciste, no me di cuenta ni importó, porque una nueva vida me rodeaba y supe que mi cita no era contigo, era con la música, la luna, los pájaros, el arco y su poema... la ciudad.

Tú ahora ni nunca has existido, al otro hombre solamente lo soñé, cuando aquella tarde de Enero me quedé dormida  mientras, desde arriba del arco, me cuidaba un León.


--
María Elena Gómez