Tiene razón el poeta que dijo que
el amor breve es complicado. Que es un sentimiento lleno de urgencia,
que se afana en levantar barreras contra el temido fracaso; amor que
algo disimula y algo esconde intentando evitar el presagio del
olvido. Los encuentros que nos da son tan efímeros, que es difícil
descifrar las imágenes que quedarán en la memoria.
Por ejemplo. Este viernes me he
quedado, hasta muy tarde, sin noticias de ti y, de amanecer con
promesas de encuentro, se ha hecho de noche y se ha vuelto
despreciable. Es increíble que afuera siga igual la vida, que el
clima esté caliente y la gente que pasa se porte de manera
cotidiana. En cambio, adentro de mi casa se respira una frágil paz:
sin manos que acariciar y me acaricien; sin ojos que ver y que me
vean... sin labios que besar. Y todo porque es un viernes sin
nosotros. Así que aquí estoy explorando una memoria de lo nuestro
que, de tan confusa, se ha quedado muda y no encuentra las señales.
Sin ti no tengo espacio para la
audacia y su consiguiente desvarío. Eso hace de este día algo
turbio que no llega a desastre y menos a triunfo. Es más, no llega a
nada.
Como no puedo llamarte sólo deseo
que acabe el día. Entretanto inventaré algo que me evite el abismo
de la noche, algo que me lance a mañana y me devuelva la fe en tu
amor, aunque sea breve.