jueves, 4 de noviembre de 2010

LA CRUZ DE SANTA ROSA


                                                                                          Para María de Lourdes

Cuando era una niña, tener paseo al campo los fines de semana parecía tan natural que hasta después supe que era un privilegio: respirar el olor del encino, ser envuelta por la libertad del viento, estar con mi familia y, teniendo "una Cruz", ser feliz  en Santa Rosa.  Qué lejanos y apacibles veo esos domingos de sierra, primos e inocencia.
En un cerro arquetípico, estaba clavada una cruz, enorme, austera e irreal, ella era el centro ,  destino inexcusable de nuestros paseos. 


Luego, crecimos. Cada quien tomó su ruta en la vida , yo preocupada por sobre-vivir, olvidé la sierra.

Pasaron los años y hace veintiuno, sin darme cuenta cómo ni a que hora ,  perdí a mi hombre, y con él mis sueños, la alegría y lo que es más grave: el mapa del camino para volver a casa.
Fue una larga temporada de miedo porque me encontraba desarmada desde el pelo hasta los dientes y si reía, era sólo un simulacro. Tiempo de un corazón vestido a harapos por una derrota vulgar pues nunca tuvo un tinte de heroísmo; y minuto a minuto, segundo a segundo, me fui convirtiendo en una extraña de mí misma. Quise encontrar un culpable del dolor de mi exilio, pero no pude y tuve que verme convicta, al menos de inocencia.
Por vivir llorando me olvidé de todo. 

Tú, María de Lourdes, viéndome perdida, me sacudiste con el viento de la infancia evocando los signos del paisaje con los aromas y colores de los fines de semana.
Me llevaste a contra-tiempo a ese pasado y a pesar de que me encontraba hundida hasta el hueso del corazón en un pantano de tristeza, me sacaste a flote diciéndome: "Acuérdate de dónde venimos". -Entre nosotras, este es un lenguaje andamiado con claves-.

Pude entonces abrir los ojos e iniciar la vuelta. 
No fue fácil porque al principio tuve que atravesar el baldío de mi soledad a oscuras. Era como ser un borrón y no me quedaba más que entregarme a algo parecido a una tormenta.
Después fue menos arduo, porque me atreví a romper con caducas creencias y darme cuenta que este exilio era menos una aventura y más la muerte.
Más simple fue aceptar que las señales del regreso eran sencillas y posibles: invocarme reviviendo los sentidos y el alma, sabiendo que en ellos se anclaban mapa, brújula y destino.
 Con tus palabras me diste un salvoconducto para volver a ese pedazo de tierra dulce y viva; generosa en verdes, agua y vientos. Mundo coronado con una cruz que años después un rayo hizo rodar por tierra.

Derribada ella y nosotras adultas, regresamos a renovarle nuestra devoción y mientras bailabas a su lado, yo le recitaba palabras de un poeta. Luego, como último homenaje, nos dormimos en sus brazos.
Aunque esté lejana, nos late dentro, y aún  tirada en la tierra sigue siendo puntal de nuestra infancia.

Regresaré a la sierra y aunque de la Cruz sólo encontraré  en la tierra sus astillas, me verá sobreviviente de innumerables guerras perdidas. Volveré y en lo que fue su base, depositaré un exvoto con la promesa de perdonarme y recuperarme. Iré allá con mi madurez a cuestas a reconocer  el lugar "Del que venimos".

                                                                       María Elena Gómez   octubre 2010

2 comentarios:

  1. Te felicito María,
    se nota que eres una mujer apasionada y que tienes una gran sensibilidad,
    Tu amigo virtual
    Edgar

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  2. María, escribe sobre el amor, la desilución, la tragedia, eres realmente formidsable cuando dejas andar la pluma. Esto está escrito con tu sangre. Felicitaciones. José

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