Al lanzarme al barco decidiste, sabiéndolo o no, convertirme en
adulto. Un adulto enano en todo caso: desnutrido, ignorante y
desmedrado.
Con una madre expatriada por la busca de una
mejor suerte en el dinero, que si llegó o no llegó (el dinero) nunca lo
supe. Él nunca me lo dijo. Se quejaba, eso sí, ¡ay cuanto sufrir!- decía
mi padre...se quejaba sin cesar del hambre, del frío, del desempleo y
tantas cosa que también viví y creo que no era para tanto.
Los
niños no sabemos más que del ahora. No hay futuro, no hay pasado.
Vivimos deslizándonos en el eterno presente. Él me jalonaba a ese pasado
y a ese futuro inexistentes llenos de puro dolor. Su presente era
negro, el mío luminoso. Desnutrida mi vida, pero vida. Sin el arrebujo
de la familia, pero mía.
Pero me la arrebataste, Edmundo
escritor, al echarme al barco, haciéndome vivir una vida que no me
correspondía, y a la que estoy condenado desde que te sentaste frente a
la máquina de escribir a escribir 'mi historia'.
Y ahí voy.
Aquí va Marcos -así me bautizaste-. Deslizándome en un presente de olas.
Para más tarde deslizarme a través de pueblos. De ciudad en aldea, de
aldea a ciudad a pueblo; de calle en calle; de días sin fin, de noches
sin cobijo (ahora sí), de hambre (ahora sí).
Me creaste
maldito. Maldito te digo y maldito yo. Maldición de nunca poder crecer,
de nunca poder llegar aunque llegue; de volver a salir una y mil veces,
un millón de veces y las mismas llegar y parecer que no y vuelta a
empezar. Nacer en mi lengua y también en idiomas para mi
incomprensibles. Nuevos años (¿siglos?) caer en nuevas manos o en viejas
manos que quieren abundar en mi historia.
Me cabrea que
alguien me haga iniciar de nuevo la travesía: interminable, siniestra;
viaje monótono y triste; sueño incompleto, parcial, temeroso.
Por tu culpa estoy emboscado por un destino de eje tras-roscado. Otra
vuelta y nunca apretar: de nuevo las calles largas, rectas y
agobiantes. Buscándola a ella a mi madre. Otra vez calles que me
estrechan. Lineales, largas, infinitas... arrastrándome frente a casas
blancas y bajas, todas iguales. Y las mismas botas rotas, los pies
desollados, el hambre, el frío en los huesos, el maltrato de los
desconocidos y, sobre todo y antes que todo la duda que dices que me
empuja ¿estará viva, se acordará de mí?
Esta lucha me tiene
podrido. Me has puesto a combatir como un hombre siendo un niño. Mi
padre, es un desentendido encubierto de buen hombre. Mi madre siempre en
agonía, siempre bañada en una virtud resignada. Esto me fastidia
bastante. No me dejas descansar un segundo. Menos me permites fallecer
en el camino.
Estoy cansado Edmundo, de tanto ir y volver a
ir. Tanto embarcarme, salir, caminar, venir; tanto de llegar; y de nuevo
volver a salir, condenado a enfermar, y de nuevo... volver a empezar;
de...de este dar vuelta a la noria. Pisar Saladillo para, en un momento,
volver al punto de partida y nada está resuelto.
Estoy harto
de marcharme de los Apeninos y llegar a los Andes y, a la vez, no acabar
de llegar, cada vez que alguien decide leer tu 'Corazón', tu diario de
un niño.
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